domingo, 1 de enero de 2012

El hombre se encuentra cuando se olvida de sí mismo, mira sus manos y se da cuenta de la vida. En el silencio del instante, en la quietud del agua que corre, en el sonido del mar y el tacto de la arena bajo los pies, puede el Ser, ser tan libre como los animales y los astros.

No hay nada en el hombre que lo separe de su madre: la Tierra, del aire y las montañas, es igual en la paz callada de la Naturaleza y en sí mismo, así como la mariposa vuela con solo desplegar sus alas, el hombre es, si atiende a la Unidad que habita en si y recorre el espacio caminando sin preguntar dónde nace el sentido de la vida. Nació hace mucho tiempo, cuando todo sucedió sin temor y en profundo misterio, y así ocurre.

El hombre puede aprender más de la noche y las estrellas, para gobernar esa oscuridad que amenaza con quitarle la tranquilidad y el aire, caminar quitándose a su paso el peso que lleva a sus espaldas, para conocer por su fuerza esa tierra libre que está a la mano de su piel, el aliento de su cuerpo. El hombre puede no morir de desesperación si aprende a mirar con otros ojos que se abrirán cuando acepte su agonía y le pida a la Creación y a la vida que le salve. Y hallará el camino que lo conduce al centro de su pecho, retornará a esa pureza y esperará la muerte sin anticipos y tranquilo, porque habrá encontrado en si, todo el amor que no deja ver su rostro, pero cubre el espíritu y la presencia, de un calor que no necesita palabras, es silencio y es eterno.